La construcción del derecho al arte

DEL ULISES Y EL CANTO DE LAS SIRENAS A LA CRISIS DE LA SUBJETIVIDAD MODERNA. INCERTIDUMBRE Y METÁFORA.
Exposición en las Jornadas de Arte y Educación Artística organizadas por la Universidad Autónoma de Entre Ríos en Paraná (2014)

Después de la guerra de Troya los jefes griegos fueron visitados por la ira de los dioses pero ninguno tuvo que sufrir tantos infortunios como Ulises quien en su regreso a Itaca  navegó durante diez años sorteando innumerables adversidades. En el Canto XII de la Odisea, Homero narra una de esas aventuras, aquella en la cual Ulises y sus compañeros pasan por unas rocas donde unas sirenas tenían su morada y ante el paso de embarcaciones estas doncellas comenzaban a entonar canciones embriagadoras que cautivaban a los marineros que desviaban su rumbo y terminaban azotándose contra las rocas. Ulises había sido advertido de las sirenas y sus peligros por la hechicera Circe y se preparó tapando los oídos de los navegantes con cera habiendo antes ordenado que lo ataran al palo mayor del mástil. Así fue que las sirenas comenzaron sus cantos encantadores  pero los marineros no podían oírlas y Ulises que se sintió cautivado rogaba que lo soltaran para ir con ellas para nadie escuchaba sus ruegos.

¿Qué es lo que oye Ulises? ¿Oye algo? Lo único que está claro es que tiene la experiencia del canto, se somete a esa experiencia, se predispone a la escucha y sabe que es peligroso, por eso toma precauciones. Es posible que el canto no fuera uniforme sino misterioso y oculto. Kafka escribe un relato  en el cual retoma este pasaje de la Odisea y postula que en realidad las sirenas callaron  no permitiendo oír aquello que Ulises quería escuchar. Pero Kafka permite sugerir que el silencio de las sirenas puede ser también parte del canto, tal vez lo más terrible del canto o lo más encantador, el silencio como canto. Como sea, sonido infernal o silencio perturbador, Ulises se entrega a la experiencia a riesgo de perder su vida. Tal vez  fue una experiencia frustrante al haber iniciado el camino que conducía a la escucha pero sin haber podido responder a la exigencia de lo escuchado. El autor de la narración, Homero, nos cuenta los preparativos del hecho, no nos cuenta lo cantado, como queriendo dejar en claro que el canto es exclusivo de quien se entrega a la escucha, el canto es para aquel que quiere escucharlo, en este caso Ulises y no quien narra. Podriamos preguntarnos si Ulises así como fue capaz de exponerse a la escucha  no pudo dar el salto que el canto de las sirenas exigía, si quedó  de este modo el canto inconcluso o fue un paso para seguir escuchando en una escucha interior…Ulises está atado de pies y manos, ha sido audaz por querer escuchar y prudente por hacerse atar. Las sirenas aparecen como figuras encantadoras del placer pero también del conocimiento, de querer saber.

Héctor Tizón nos recuerda el pasaje bíblico en el cual los hombres intentaron hacer una torre que llegara hasta el cielo y Dios dijo: “Confundamos sus lenguas para que ninguno entienda el habla de su compañeros” y sugiere que desde entonces la historia de cada hombre y del mundo es el esfuerzo por superar ese mito fundante y querer comprender, conocer, saber. Como Ulises y como cada uno de nosotros.

Comprender, conocer, saber; ¿qué queremos significar con esos términos? Sabemos que para la modernidad son la lógica y la razón las que garantizan el acceso al saber, el mundo moderno encuentra en la verdad lógica el fundamento para una teoría racional del mundo y su carácter es acumulativo (desarrollo de técnicas, conocimientos, instituciones) y expansivo (se propaga a partir de su origen en Europa occidental). En el sujeto moderno solamente la correcta dirección racional garantiza lo verdadero, el conocimiento sensible, corporal puede llevar al error. Así como en  el Renacimiento se separaba alma y cuerpo, en la modernidad se ve al hombre como cuerpo y razón, el conocimiento sensible, empírico, corporal debe someterse al análisis de la razón. Es bueno recordar que estas conclusiones ocurren en un contexto que se enfrenta al mundo medieval y a la autoridad de la iglesia como centro de la verdad. Un hecho que ejemplifica esta postura es la teoría heliocéntrica versus la geocéntrica. Si vemos que el sol sale por el este y se esconde por el oeste, los sentidos nos dicen que nosotros somos el centro, la experiencia sensible nos conduce al error; en cambio, gracias a la razón y al telescopio sabemos que la teoría heliocéntrica es la verdadera. Al respecto citamos a René Descartes : “Los cuerpos no son propiamente conocidos por los sentidos o la facultad de imaginar sino por el entendimiento solo y no son conocidos porque los vemos y los tocamos, sino porque los entendemos y comprendemos por el pensamiento”. (Discurso del Método- Meditaciones Metafísicas).

Volviendo a la metáfora de Ulises, se hace atar para mantener la razón y no escuchar a las sirenas, la razón impide al hombre escuchar  “ese otro algo” que también  anida en él. En el siglo XIX comienzan a  aparecer nuevas categorías que rompen  el cartesianismo y postulan al hombre como objeto de conocimiento y también como sujeto, se plantea al hombre como ser corpóreo y como ser de cultura, pero también como lugar de desconocimiento, de ruptura y fragmentación.  Marx, Nietzsche, Freud, sólo para nombrarlos, “tres niños no esperados, hijos naturales” al decir de Althusser, que colaboran en la tarea de desenmascarar cualquier verdad que aparezca como única o última. 

Una obra de teatro de Samuel Beckett , “Esperando a Godot”, nos muestra dos personajes que esperan a alguien que no se sabe bien quién es. Uno, Vladimir, duda de manera sistemática, vital y comprometida durante toda la obra, el otro, Estragón que sólo quiere dormir, no hace nada, pero quiere escapar de ese estado de duda permanente, busca algo con qué entretenerse, sin éxito. Ambos están al costado del camino esperando a alguien que aseguró que vendría, Godot, que nunca llega,” pero mañana vendrá”. ¿Quién es Godot? Dios, diosito, diosote? No sabemos pero es quien da sentido a la obra, a la espera de esos hombres sometidos a seguir esperando a alguien que” seguramente vendrá” pero que jamás aparece. “Esperando a Godot”, una metáfora de la ruptura del mundo moderno.

La famosa escultura de Rodin, “El Pensador”, es otra obra que nos sigue interpelando acerca de esa actividad, pensar. La escultura que data de 1880 fue un proyecto para representar al Dante en las puertas del Infierno, contemplando a los condenados llevados al abismo. Obra que encarna al hombre reflexionando sobre su destino. El Dante está sentado, su cabeza inclinada hacia adelante, el brazo derecho descansando sobre la pierna izquierda, está desnudo, sentado sobre una roca, los dedos de los pies agarrándose sobre los bordes, su cabeza sobre su puño, preguntándose… Podemos decir que hay un movimiento de belleza trágica en su postura. El esfuerzo de sus pensamientos se ve en la contracción de cada uno de los músculos. Parece quieto pero ese brazo derecho sobre la pierna izquierda produce un giro, una rotación del cuerpo. Sentimos un recorrido en ese cuerpo y los espacios que se abren entre brazos, piernas, se nos muestran como huecos que inquietan e invitan a meterse adentro. Sentimos un movimiento en su figura, pero también nos sugiere una dinámica en sus pensamientos, en sus entrañas, no parece alguien que piensa plácidamente. “El Pensador” de Rodin, una metáfora de la angustia del hombre? La grandeza de la obra de Rodin logra desafiar  la afirmación de Levy Strauss: “La modernidad ha visto al hombre como un ser pensante y no como un ser vivo”. “El Pensador” parece superar esa contradicción.

Es la incertidumbre, el no saber, la herida que significa ser parte que ansía el todo, lo que nos hace profundamente humanos y ahí está el arte para aliviar la herida. Somos seres eróticos, siempre atravesados por el amor, ya sea porque lo vivimos, ya sea porque lo buscamos o sea porque sentimos su pérdida. Recordemos que Eros es hijo de Poros y Penia, dioses de la abundancia y de la escasez, que no debe confundirse con exceso y pobreza como contrarios. Eros  une  el hambre con las ganas de comer, Eros es cualitativamente  superador, por eso tiene alas, porque representa un salto.  No se trata de una escasez material, perentoria, sino del deseo de una falta que es estructural en nosotros. Y ahí está el arte para ayudarnos a caminar con esa falta.

La incertidumbre y la metáfora son partícipes jerárquicos del universo simbólico, el arte une aquello que hay con lo que no hay, actúa como bisagra, permite abrir ventanas para mirar hacia donde no se puede ir, pero así sabremos más sobre ello. Hace accesible lo que aún no es, permite, posibilita, o sea nos conecta con lo profundamente humano, la actividad estética nos saca de la an-estesia, nos perturba, para eso está el arte, para perturbar, para intranquilizar.

La estética es un proyecto que se conecta con lo ético, los intentos de definiciones de belleza se aproximan  tanto a una caracterización de una humanidad más plena como a los intentos de encontrar una definición de lo bueno. En la búsqueda de esa perfección que nunca alcanzaremos, el arte se vale de símbolos, parábolas, movimientos, imágenes, indagaciones, sueños, sensaciones frente a la naturaleza. Es necesario un acto de desnudamiento para redescubrir lo olvidado, basta contemplar cómo  se relacionan nuestros habitantes originarios de América con el medio para comprender hasta donde la razón crítica, unida al sentimiento de poder, ha desgajado al hombre de su origen y destino. 
Ese acto de desnudamiento permite abrirse a otros universos, porque como nos dice Marcel Proust “el verdadero viaje del descubrimiento consiste no en conocer nuevos paisajes sino en tener nuevos ojos”. Ahí están los impresionistas maravillados con la luz y el vapor en  la estación de trenes de su barrio, ahí está Kafka que casi nunca salió de su casa, ahí está Borges que casi la mitad de su vida fue ciego. Otros ojos, otra mirada, otras alas.

Si abordamos la expresión “el arte como derecho” en el marco de todo lo dicho previamente, podemos hablar del derecho a ser plenamente humanos ya que la creación artística es esa ráfaga que nos estremece y nos completa. El acceso a ese derecho puede darse desde distintos estamentos, desde el familiar, institucional, gubernamental, pero fundamentalmente desde ese lugar recóndito que alberga en cada uno. Ejercemos ese derecho  cada vez que nos entregamos a la poesía, cada vez que nos permitimos escuchar una sinfonía sin hacer nada más que escuchar, cuando dejamos que nos tiemble el alma ante los movimientos de una danza. Ahí estamos haciendo ejercicio real de este derecho. Larga ha sido la lucha en esa conquista, desde haber logrado que los artistas pudieran firmar sus obras hasta el gesto de Miguel Ángel que cuando se encontraba con el Papa para dar cuenta de cómo iba la Capilla Sixtina, se apresuraba a sentarse antes que el Papa se lo autorizase.

La disposición de Ulises que nos invita a escuchar, la razón que nos permite conocer algunas cosas, la incertidumbre  que no deja que nos acostumbremos, la metáfora que nos aproxima a lo indecible, todo para acercarnos mejor a aquello que de verdad somos. ¿Cómo renunciar a la aventura del arte sin renunciar a ser nosotros mismos?

Hay un poema de Borges , “Otro Poema de los Dones”, que dice como puede decir un artista, acerca de esa inmensidad que buscamos y a la vez, nos abriga.

Por la diversidad de las criaturas que forman este singular universo.
Por la razón, que no cesará de soñar con un plano del laberinto.
Por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises.
Por el amor, que nos deja ver a los otros como nos ve la divinidad.
Por el firme diamante y el agua suelta. 
Por el pan y la sal.
Por el misterio de la rosa que prodiga color y que no lo ve.
Por el último día de Sócrates.
Por las palabras que en un crepúsculo se dijeron de una cruz a otra cruz.
Por el mar que es un desierto resplandesciente. 
Y una cifra de cosas que no sabemos.
Por el lenguaje, que puede simular la sabiduría.
Por el olvido, que anula o modifica el pasado.
Por Whitman y Francisco de Asís, que ya escribieron el poema.
Por el hecho de que el poema es inagotable
Y no llegará jamás al último verso.
Por los minutos que preceden al sueño.
Por el sueño y la muerte, esos dos tesoros ocultos.
Por los íntimos dones que no enumero.
Por la música, misteriosa forma del tiempo.
(Fragmento)

En síntesis, ¿cómo renunciar al arte sin renunciar a nosotros mismos?

                                                                                           ESTER BRAFA



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