¡Dejad el balcón abierto!




Guión radiofónico; diálogo entre Federico García Lorca y Eva Perón

(Premio Argentores, Certamen del Bicentenario, 2010)

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      Una mujer y un hombre se encuentran en un tiempo y en un lugar desconocido para nosotros, en una existencia que está más allá de las contrariedades cotidianas. El ambiente es calmo y luminoso. Ambos son jóvenes y se ven felices, como quienes han cumplido con su tarea.  Desde lo alto miran el mundo y ven sus rostros multiplicados en libros, cuadros, afiches, teatros. Ella se llama Eva, él Federico. Se miran y los dos saben que hace tiempo anduvieron por lasmismas búsquedas, sienten que viven cuando escuchan sus palabras en otras voces y cuando ven sus retratos con una mirada infinita. Por primera vez Eva y Federico se encuentran, están alegres, celebran mirarse y el diálogo nace como si siempre hubieran hablado.


Federico – Cuando estuve en Buenos Aires iba por las calles mirando las mujeres jóvenes, buscando a alguien como tú para una de mis obras de teatro. Sí, Eva, te anduve buscando. 

Eva – ¿Cómo no me esperaste Federico?... Cuando llegué en el 35 hacía unos meses que te habías ido. ¡Sí que me hubiera gustado ser una de tus mujeres!. En realidad, creo que yo también te anduve buscando entre mis protectores y mis compañeros de radioteatro. ¿En cuál obra estabas pensando Federico?

Federico – En “La Casa de Bernarda Alba”, la terminé en el 36, el mismo año que fueron a buscarme para ese viaje del cual aún no he regresado.

Eva – Bernarda Alba… contame quien era.

Federico – Bernarda Alba, era una mujer tirana que pretendió adueñarse de la vida de sus cinco hijas, una mujer obsesionada por las apariencias, la religión, la virginidad.

Eva – Contame más, Federico.

Federico – Sus hijas, pobres mujeres… Angustias, lleva el nombre en la garganta; Magdalena, hubiera querido nacer varón; Amelia, la sin miel; Martirio, atravesada por el despotismo de la madre; Adela, la menor, la adelantada. Todas buscando el amor y la libertad, todas oprimidas por Bernarda. ¡Tan autoritaria, tan soberbia! ¡Tan convencida de los valores sociales de su clase!

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Eva y Federico se estremecen como si estuvieran escuchando a Bernarda.
Con música dramática de fondo, resuenan sus palabras: "En esta casa no hay un sí ni un no. ¡Silencio! ¡A callar he dicho!

Eva – Federico, creo que conozco esa mujer.

Federico – ¿Cómo?

Eva – Decime, no fue ella quien dijo: –  “Los pobres son como los animales, parece que estuvieran hechos de otras sustancias” –

Federico – Sí, ¿cómo lo sabes?

Eva - ¡Yo conocí a Bernarda entre las damas de la Sociedad de Beneficencia! Todos podrían haber llevado el apellido Alba, todas parecían puras, como si el pecado jamás las hubiera tocado. ¡Sociedad de damas de hipocresías!. Todavía ardo en el fuego de sus lenguas no se ha extinguido aún ese fuego que ha quemado los días y las décadas y lo sigue haciendo con el mismo fervor. Yo bramaba contra esas lenguas como las hijas de Bernarda masticaban el silencio, esas lenguas que devoraban todo, la carne, los derechos, las ilusiones… Yo me consumí en ese fuego pero hubiera tenido la fuerza para romper las trabas de las ventanas que Bernarda no permitía abrir. ¡Ah, Federico, cómo no llegué a tiempo para salvar esas mujeres!

Federico – ¡Ah, Eva, cómo no nos cruzamos! Sin embargo, nos atravesó la misma energía, no sabíamos que nuestros sueños eran imposibles, por eso los cumplimos, yo con versos, tú con máquinas de coser.

Eva – Cuando viajé a España te busqué Federico, nadie me supo decir de tu destino.


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Federico cambia su expresión, ensombrece su mirada, la voz de un general llamado Francisco Franco atraviesa  su alma.

Sonidos de guerra. Se escuchan vehículos que se detienen de golpe, puertas que se derriban, gritos, órdenes... fusilamiento.


Federico – ¡Mi destino! No sé qué pasó, al alba vinieron a buscarme, un día de agosto en el 36, un alba tan oscura como Bernarda. Los versos me acompañaron, el romance de la luna me consoló, las hijas de Bernarda me sostuvieron en el golpe final.
Años más tarde, el viento me trajo noticias tuyas, me llegaba tu voz calmando el desamparo, la tierra me contó agradecida que habías llegado trayendo granos para el pan. 


Sonido de buque que llega al puerto, voces de gente aclamando


Eva – Y a mí, Federico, me alcanzaron ecos de niños encendiendo la fantasía con tus versos, recuerdo algo de un verde viento y verdes ramas, de una caracola con pececillos de sombra y plata, de una luna lunera que juega a la rueda ... y hasta de un llanto a las cinco en punto de la tarde...

Ambiente de juego; voces infantiles recitando versos:

"Doña Luna no ha salido
está jugando a la rueda
y ella misma se hace burla
luna, lunera."

Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas,
verde que te quiero verde
bajo la luna gitana."

"Me han traído una caracola
mi corazón se llena de agua
con pececillos
de sombra y plata." 

Federico – Supe que a los treinta y tres años iniciaste un viaje con otros nombres. Todo había que desaparecer: tu voz, tu rostro, tu nombre… Yo aún viajo por la tierra húmeda buscando la luz...

Sonido de la voz de Eva en sus discursos mezclado con el anuncio oficial de su fallecimiento por la cadena de Radio Nacional. 
Música Fúnebre

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El ambiente se carga con un silencio que abarca todo el horizonte. Otra vez los dos miran las miles de fotos con sus rostros por las calles y comprenden que la historia continúa.
Eva toma las manos de Federico y ambos se reconfortan.


Eva – En fin, Federico, los dos vinimos a decir lo que teníamos que decir y ya está. ¿Qué más?...

Federico – ¿Por qué tanta dureza con nosotros? ¿Por qué tanta incomprensión?

Eva – Nuestra debilidad fue nuestra fuerza, Federico, por eso no sufrimos la ignominia de la indiferencia.

Federico – ¡Y yo que te busqué para que habitaras en la casa de Bernarda Alba! Creo que después de todo, ahí estuviste Eva, sólo que los límites de esa casa fueron más allá de lo que yo imaginé y que al fin, pudiste quebrar el mandato de silencio que Bernarda quiso imponer.

Eva – No nos cruzamos en las calles de Buenos Aires, Federico, pero ya nos conocíamos de antes, nos habíamos encontrado en los juicios de los señores defensores de las buenas costumbres.

Federico – Sí, nos conocimos en el estremecimiento ante la injusticia, ni tus huesos transparentes ni los míos escondidos han dejado de latir.

Eva – ¿Qué te hacía latir, Federico?

Federico – El misterio, los sonidos del duende, el palomo herido agonizando sin que nadie escuche su gemido…

Eva – ¡Hubieras latido por mis grasitas!

Federico – ¡Y también hubiera latido por ti! Por el misterio de tu fuerza y el desamparo de tu vientre.

Eva – ¿Sabés algo…? Yo sentía que de tanto dar, me iba ahuecando.

Federico – Y en ese hueco cobijaste muchas historias, mejor dicho, engendraste una historia…

Eva – Me gusta escucharte Federico, me parece que sí nos cruzamos en Buenos Aires, te reconozco en la voz.

Federico – Y a mi, Eva, me parece que narrando te veo y me encuentro. Fuimos tan efímeros y aún así, continúa el relato.

Eva – ¡Ah, cómo me hubiera gustado ser instruida y poder hablar como vos, Federico!

Federico – Eva, si no me hubieran ido a buscar esa madrugada del 36, ¡Cómo me hubiera gustado pedirte que dejaras el balcón abierto!


Sonido de muchedumbre aclamando


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